Los Nukak Makú: Expulsados del Paraíso

Nukak hunters
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Aún hoy, en pleno siglo XXI, existen pueblos cazadores-recolectores que siguen viviendo en armonía con la selva. Entre ellos, los Nukak Makú, los Nukai y los Hupdu —entre Brasil y Colombia— mantienen su modo de vida nómada, deteniéndose solo brevemente en refugios temporales bajo el dosel del bosque. Llevan vidas sorprendentemente plenas.

Según la tradición oral Nukak Makú y registros etnográficos, son una rama de los Kakua que emigró hacia el norte. Uno de los motivos de este desplazamiento a su territorio actual fue escapar de los caucheros, que a comienzos del siglo XX utilizaban a los pueblos indígenas como mano de obra esclavizada.

Durante buena parte del siglo XX, los Nukak Makú permanecieron aislados tanto de sus vecinos indígenas como de los agentes de la sociedad nacional, en parte por el temor al presunto canibalismo de los blancos y otros pueblos nativos.

Hombre Nukak Makú
Nukak-Maku Man-child

Una Mirada a su Cultura y Forma de Vida

El conocimiento que poseen sobre los recursos del bosque es extraordinario, y son cazadores excepcionales. Los antropólogos han quedado profundamente impresionados al descubrir la complejidad de su comprensión del entorno, así como la riqueza de su mitología y cultura.

Viven en pequeños grupos familiares, prefieren el bosque profundo a las riberas de los ríos, y están en constante movimiento. De hecho, rara vez permanecen en el mismo lugar más de unos pocos días. Esta movilidad extrema implica que pueden tener pocas posesiones, y todo lo que llevan debe ser ligero y fácilmente transportable.

En cuestión de minutos, pueden empacar sus hamacas de fibra —su único mobiliario real—, colocar sus ollas y otros pocos objetos en mochilas hechas a mano, y seguir adelante.

Su dieta es notablemente variada y equilibrada: consumen pescado, caza, tortugas, frutas, raíces, nueces, miel e incluso insectos. Difícil imaginar una alimentación más saludable y adaptada al entorno.

Cuando los Nukak Makú abandonan un campamento, saben que sus restos orgánicos alimentarán árboles y plantas que aprecian. Así que, meses después, cuando regresan, acampan junto al bosque que han “cultivado” indirectamente, pero nunca sobre él.

Cerca de sus territorios actuales, en el afluente Caquetá del Amazonas en Colombia, se encuentra el sitio arqueológico de Peña Roja (Peñasco Rojo), que ha revelado evidencias de cazadores-recolectores tempranos que datan de más de 7000 años a.C. Una continuidad sorprendente de vida en simbiosis con la selva.

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El rol de los Nukak Makú en la evolución del paisaje amazónico

Al sobrevolar estos bosques que parecen vírgenes, uno se sorprende al ver extensas manchas de palmeras. Lejos de ser aleatorias, estas formaciones probablemente son el resultado de milenios de interacción humana. Las excavaciones en Peña Roja han revelado grandes cantidades de semillas de palmeras como buriti, miriti, mauritia, bacaba y najá, acompañadas de herramientas de piedra tallada.

Las palmeras son verdaderos aliados de los pueblos recolectores. Fáciles de talar, ofrecen recursos versátiles y esenciales. El alto y majestuoso buriti (o moriche) provee materiales para la construcción de viviendas, alimentos ricos en carbohidratos, corcho para botellas, fibra para tejidos, una bebida fermentada, madera para balsas y mucho más.

El tucumã (o cumare), cubierto de espinas tan afiladas como las de un puercoespín, es igualmente valioso: sus hojas producen una fibra resistente ideal para hamacas y cuerdas; sus espinas tienen múltiples usos; su fruto anaranjado sirve de cebo para la pesca; y su madera es excelente para embarcaciones y viviendas.

Estos ejemplos ilustran cómo, lejos de ser meros “habitantes” del bosque, los pueblos amazónicos han sido durante milenios sus jardineros, cuidadores y transformadores silenciosos —tejiendo una relación simbiótica con su entorno que desafía las ideas convencionales de “naturaleza intocada”.

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Nukak Hunters

Açaí, sostenibilidad y la sabiduría ecológica de los Nukak Makú

En la isla de Marajó, la palmera más apreciada es el açaí, que produce racimos de frutos morados del tamaño de grandes arándanos. Los habitantes del Amazonas han sido, desde siempre, ávidos bebedores de jugo de açaí —solo superado en consumo por la mandioca y el pescado. Es un alimento básico en la región, y con razón: los lugareños lo valoran desde hace generaciones, y hoy los nutricionistas lo consideran “el alimento natural más completo del mundo”, con treinta veces más antioxidantes que el vino tinto y tantas vitaminas como el aceite de oliva. Además, tiene un sabor maravilloso.

En un mundo donde la sostenibilidad se ha vuelto cada vez más urgente, los Nukak Makú nos ofrecen un ejemplo silencioso pero poderoso de lo que significa vivir en equilibrio con la naturaleza. Su estilo de vida nómada, su conocimiento profundo del bosque y su impacto ecológico casi nulo son un recordatorio vivo del valor del conocimiento tradicional.

Mientras enfrentamos los desafíos de la modernidad, bien podríamos mirar hacia estas comunidades indígenas como fuente de inspiración —no solo por lo que conservan, sino por lo que nos enseñan: que otra relación con la tierra es posible, más respetuosa, más consciente… y más humana.

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Nukak caminando

Invasión, Devastación, Desplazamiento: Del Edén al Exilio

Durante la década de 1980, las zonas aledañas a la frontera noroeste del territorio Nukak comenzaron a ser ocupadas por nuevos colonos. El aumento del valor de la hoja de coca atrajo a campesinos, comerciantes y aventureros, generando una ola de ocupación que transformó la región.

En ausencia del Estado, los grupos criminales encontraron vía libre para instalarse. En algunos casos, comunidades indígenas fueron forzadas a trabajar en los cultivos ilegales y a abandonar sus tierras ancestrales.

A esta presión se sumó el avance de empresas vinculadas al aceite de palma, responsables de prácticas sistemáticas de acaparamiento de tierras. Masacres, asesinatos, torturas, desapariciones y desplazamientos marcaron la vida cotidiana de muchas comunidades amazónicas, impulsados también por la ganadería extensiva.

El conflicto armado entre el gobierno colombiano y las FARC convirtió la región Nukak en un campo de batalla. Guerrilleros y soldados ocuparon sus territorios, forzándolos al éxodo. Los Nukak han soportado el peso completo de la violencia estructural en su tierra.

Hoy, grupos armados y criminales siguen amenazando su seguridad, y su antiguo hogar en el bosque se ha vuelto cada vez más peligroso. Aun así, la comunidad lucha por mantener sus tradiciones culturales. Se siguen reuniendo para ceremonias y rituales, a pesar de la escasez de alimentos, de los recursos limitados y de las enfermedades que los acechan, como la malaria.

El trabajo forzado, la pérdida de territorio y la vulnerabilidad sanitaria han reducido drásticamente su población, llevándola al borde de la desaparición. Pero aún resisten. Aún están.

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Mujer Nukak Makú

El precio del contacto: desesperación y pérdida entre los Nukak Makú

La primera aparición pública de un grupo Nukak tuvo lugar en abril de 1987, en una aldea campesina llamada Calamar. El hecho causó gran revuelo mediático, y poco después, los Nukak comenzaron a visitar gradualmente zonas ya colonizadas.

El contacto con forasteros se volvió inevitable, a medida que las áreas ocupadas por colonos y Nukak empezaron a superponerse. Lamentablemente, ese contacto trajo consigo enfermedades devastadoras como la gripe y la malaria, que provocaron una caída demográfica alarmante: en pocos años, la población se redujo en más del 50 %.

Desde entonces, desplazados de su territorio ancestral por más de dos décadas, los Nukak enfrentan condiciones de vida extremadamente precarias. Algunos sobreviven buscando comida en la basura; otros intentan compartir lo poco que tienen: en ocasiones, un solo pollo se reparte entre más de veinte personas.

En 2006, su líder Mao-Be se suicidó bebiendo el veneno que la tribu usa tradicionalmente para cazar. Según miembros de su comunidad, lo hizo abrumado por la desesperación, al no poder proteger a su pueblo de tantas amenazas.

Hoy, varios grupos viven en asentamientos temporales en San José del Guaviare, intentando preservar su forma de vida mientras esperan —sin certezas— el momento de regresar a su tierra natal.

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La lucha por regresar: resistencia, memoria y el futuro de los Nukak Makú

Treinta años después de que el gobierno colombiano reconociera oficialmente la existencia de los Nukak, su modo de vida ha cambiado profundamente. Hoy, solo uno de los grupos locales del sector oriental del territorio sigue practicando el nomadismo de forma permanente. La mayoría ha construido viviendas y cultiva pequeñas parcelas cerca de las zonas pobladas, muchas de ellas dominadas por el cultivo de hoja de coca. Esta actividad, convertida en una de las principales fuentes de ingreso para los hombres Nukak, ha desplazado prácticas tradicionales como la caza y la recolección.

La tribu Nukak se encuentra clasificada como en “riesgo inminente de extinción”, junto a otras 32 comunidades indígenas como los Wachina y los Wipiwi. Gracias al trabajo incansable de organizaciones como ONIC y Survival International, en 1997 el gobierno colombiano amplió su territorio reconocido a un millón de hectáreas de selva.

A pesar de las amenazas existenciales, los Nukak no han renunciado a su derecho de regresar a la tierra donde alguna vez cazaron, pescaron y cultivaron huertas de durazno, chile, ñame, camote, achiote y calabaza. Tierras que, en el pasado, no conocían ni palma aceitera, ni ganado, ni plantaciones de coca.

Epílogo reflexivo: lo que nos enseña la historia de los Nukak Makú

La historia de los Nukak es un espejo. Refleja el impacto devastador de la codicia humana sobre los ecosistemas y las culturas ancestrales. El afán de ganancia inmediata ha impulsado la destrucción sistemática de la Amazonía, desplazando pueblos enteros y empujándolos al borde de la desaparición.

Parece que hemos olvidado cómo vivir en equilibrio con la naturaleza. Se priorizan los beneficios económicos a corto plazo, ignorando la salud a largo plazo del planeta y de quienes lo habitan.

A menos que cambiemos de rumbo, otros pueblos indígenas —y los ecosistemas de los que dependen— compartirán ese mismo destino.

Quizá la historia de los Nukak pueda servir como una advertencia urgente. Un llamado a volver a mirar el bosque no como un recurso, sino como un ser vivo. A encontrar una forma de vida más sostenible, que respete el delicado equilibrio entre la humanidad y el mundo natural.

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Nukak Makú Boy X
El tiempo para actuar es ahora

 

Es ahora más importante que nunca que tomemos conciencia de la multitud de amenazas para la salud de nuestro planeta y dirijamos nuestra atención hacia la destrucción mundial de la naturaleza, así como hacia la devastación de las culturas indígenas que dependen del bosque para sobrevivir. Nosotros también dependemos de la preservación de la naturaleza para poder vivir.

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Escrito por Rolf Friberg

Rolf FribergFriberg

Photos © David Hill/Survival, J.P. Gutierrez

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