Miguel Vilca Vargas
„Penetrar este verde en sepia y negro exige un pretexto,
una historia o la mirada de un testigo
de innumerables sucesos.
Quiero retratarnos en negación y al mismo tiempo capturar momentos de silencio delicioso y aterrador.”
Pucallpa fue en su día un pequeño puesto comercial escondido en lo profundo de la selva, a orillas del Ucayali, un afluente del Amazonas. En su curso superior se encuentra el muelle para los antiguos barcos y canoas que navegan río arriba hacia lugares míticos lejos de la civilización.
Este entorno se caracteriza por colores brillantes, rincones oscuros, sonidos aterradores, el canto de pájaros ocultos, monos gritones y nubes de insectos zumbadores. Reina una atmósfera que solo conoce la selva: oscura, húmeda y penetrada por un silencio vivo e inquietante.
Es un lugar donde se puede sumergirse en el pasado y conectarse en profundo silencio con los ancestros. En este espacio, las personas pueden comunicarse, gracias a tradiciones y experiencias transmitidas por generaciones, con otros mundos que para nosotros son habitualmente inaccesibles.
Hoy Pucallpa se ha convertido en una ciudad bulliciosa, donde la majestuosa quietud es desplazada por el ruido de innumerables motocicletas, y el polvo rojo que levantan sopla incesantemente por las calles animadas.
Aquí vive Miguel Vilca Vargas, conocido localmente como Búho, y aquí nacen sus obras: imágenes figurativas misteriosas que hacen visible lo invisible.
Vilca extrae de un mundo en el que lo místico y lo humano están indisolublemente unidos. Sus obras nos confrontan con la condición humana, con nuestros miedos, anhelos e impulsos ocultos.
Al mismo tiempo, remite al arte europeo clásico: arquetipos, motivos religiosos y referencias al Renacimiento entran en diálogo con los seres espirituales y mitos del Amazonas – se teje una densa red de recuerdos, sueños y visiones internas.
En sus trabajos se difuminan los límites entre pasado, presente y futuro. Narran antiguas experiencias que perviven en nuestro subconsciente, y las fuerzas de la selva que resuenan en el alma humana.
Miguel no pinta lo que ven los ojos; pinta lo que siente el alma – la conexión misteriosa entre humano, naturaleza y lo indecible. Sus figuras son a la vez íntimas y arquetípicas, reflejan los lados oscuros y luminosos de nuestra existencia. Nunca pierde el equilibrio: las obras permanecen reverenciales ante las fuerzas que las inspiran, y evitan efectos superficiales.
La selva que lo rodea se convierte en metáfora del interior, la sombra en presencia de lo oculto.
En una época en que la selva está bajo grave amenaza y cede diariamente a la destrucción, Vilca no solo preserva imágenes, sino mundos enteros – aquellas dimensiones invisibles que se extinguen para siempre cuando muere el bosque.
Su arte nos recuerda que no solo perdemos naturaleza, sino también el acceso a un saber más antiguo que nuestra civilización.
Vilca nos muestra el mundo no como es, sino como vive en nosotros – un lugar lleno de misterios y verdades existenciales.
Óbras